4 de octubre de 2017

Después de tanto tiempo... Tengo un sueño.

Después de tanto tiempo sin escribir en este maravilloso blog que tantas cosas buenas me ha traído, he vuelto con energías renovadas. Entre vacaciones, exámenes, tarea y todas esas cosas, no he tenido apenas tiempo de hacer lo que estoy haciendo en estos momentos: sentarme frente al ordenador mientras una de mis canciones favoritas suena a través del teléfono, y escribir acerca de mis reflexiones.

Algunos pensaréis que estos meses no han sido nada. Unos cuantos días sin publicar, sin enchufarme en la red. Pero lo cierto es que en estos 3, casi 4 meses, un montón de cambios han tenido lugar en mi vida.

Una de las etapas más importantes en la vida de cualquier adolescente acaba de comenzar. Es hora de dejar atrás los recuerdos y los juegos de niños, y empezar a pensar en un futuro. Tomar la decisión más importante de mi vida y empezar a ser adulta. Al fin y al cabo, ya tengo casi 17 años.

Hoy tenía pensado criticar algo. Últimamente odio muchas cosas, demasiadas para cosa buena. Lo extraño es que, al empezar a redactar este texto, me he dado cuenta de algo: no voy a dedicarme a poner verde a algo o a alguien, no hoy. Hoy quiero hablar sobre un sueño. Un sueño de una joven que no sabe ni dónde meterse. Una joven que ha perdido toda fe en la raza humana. Una joven que cree que el mundo no acabará por causas naturales ni meteoritos, sino por el odio que los individuos de esta especie humana sienten entre ellos.

Todas las personas que me conocen saben que siempre he querido viajar alrededor del mundo; visitar muchos países y descubrir nuevas culturas. La gente que me conoce algo más a fondo comprende que no aguanto las ganas de marcharme ya de este país y poner pies en polvorosa hacia cualquier otra parte. Solo las 2 o 3 personas que son mis confidentes, amigos y apoyos, las que lo saben todo, todo, todo sobre mí se darán cuenta de cual es el verdadero problema de este asunto: ya no hay lugar donde ir.

Hace no mucho más de un año, soñaba con descubrir lugares remotos. Fantaseaba sobre cómo sería tener amigos de otros países, tal vez de forjarme mi propia vida en algún otro lugar que no fuera este. Pero de pronto pasó. De un día para otro, me di cuenta de que las verdades no escondían más que hipocresía. Que los que parecían justos y honrados no eran nada más que farsantes. Que el mundo, lo mires por donde lo mires, esta podrido. Y por más que busco, no soy capaz de encontrar a otro culpable: nosotros.

Sí, has leído bien. Nosotros. Tú y yo. Fuimos egoístas y explotamos el planeta hasta límites inimaginables, un punto en el que ya no aguanta más. Fuimos caprichosos y con ello exterminamos a miles de especies que ya no volverán a habitar sobre la faz de la tierra. Has entendido bien, querido amigo. Todo esto es culpa nuestra. Fuimos necios y dentro de unos cuantos millones de años terminaremos la labor de destrucción que comenzamos el mismo día en el que vinimos a la vida.

Tenía un sueño. E ilusa de mí, que pese a avergonzarme firmemente de mi existencia, de ser humana, aún continúo soñando con que algún día alguna reprimenda divina caiga sobre nuestras insensatas cabezas y nos haga reflexionar. Para que así, el mundo sea algún día libre. Para que sea como una vez lo soñé.


«Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño.» Martin Luther King.

El arma más poderosa.

Siendo completamente sincera, nunca me he considerado muy aficionada a las tiras y a las viñetas que aparecen en los periódicos. De pequeña...